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La historia de Rosa

Del ajedrez al golf: una ganadora inesperada

Rosa había llegado al campo un poco despistada, convencida de que solo iba a pasar un buen rato con la gente de la Asociación Golf con Parkinson. El año pasado había aprendido a jugar en Golf Barcelona, dentro del estudio de beneficios del golf en el Parkinson que lleva a cabo el Hospital de Sant Pau. Todavía se reía al pensarlo: ¿yo jugando a golf? Sus amigos del ajedrez ni se lo creían.

Pero ahí estaba, en el 2º Torneo Golf con Parkinson, con los nervios a flor de piel. Ni siquiera había planeado participar, pero Jesús —ese granuja entrañable— la había apuntado sin avisar. Cuando se lo dijo, Rosa casi se cayó de la silla. Será malo, pensó. Y sin embargo, en el fondo, tenía ganas.

Cuando le tocó salir, recordó lo que le habían enseñado: levantar los brazos, buscar el equilibrio, respirar. Golpeó la bola con todas sus fuerzas. Y la vio volar. No muy lejos, pero lo bastante para que se le escapara una sonrisa: nada mal, Rosa… nada mal.

 

La jornada avanzó entre risas, consejos y alguna que otra bola perdida. Nadie esperaba milagros, pero Rosa sintió algo extraño: una mezcla de confianza y de juego, como cuando calculaba una jugada de ajedrez y, de pronto, veía clara la estrategia.

Llegó la entrega de premios. Y entonces…
—¡Rosa, ganadora! —anunció la voz del presentador.

 

  Ella se quedó helada. ¿Qué? ¿Yo? ¿Un premio? Miraba a todos con los ojos muy abiertos, como si alguien estuviera gastándole una broma. Sostuvo el trofeo entre sus manos y pensó en la cara de sus compañeros de ajedrez cuando lo viera. Qué van a decir ahora, cuando les muestre esto…

Y empezó a reírse, con esa risa limpia que nace cuando la vida te sorprende en el mejor de los sentidos.


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