Un relato de superación en el Torneo Golf con Parkinson
Claire siempre decía que su cuerpo se había vuelto lento, pero que la bola, cuando volaba, aún podía ser libre. Desde que llegó de Francia a Girona, el castellano se le escapaba entre frases torcidas; sin embargo, en el golf no hacían falta muchas palabras: el gesto lo decía todo.
Ese sábado del torneo apareció bajita y decidida, acompañada por su marido y dos buenos amigos. Traía consigo una caja de bolas que había recogido y limpiado con paciencia durante semanas, como quien pule pequeñas monedas de esperanza. Tenía dos brazos, pero solo uno le obedecía en el juego. Con él bastaba.
Cada swing era un desafío al Parkinson, y cada golpe certero arrancaba un murmullo de admiración en el campo. Y jugó. Y ganó. No solo un trofeo, enorme en sus manos pequeñas, sino también 72 euros reunidos gracias a las bolas, que entregó con orgullo a la Asociación Golf con Parkinson.
Al recibir los aplausos, Claire sintió que aquel día había conquistado mucho más que un torneo: había reclamado su dignidad, había transformado la fragilidad en vuelo. Al subir al coche, con la copa apoyada a su lado, dejó escapar una frase en su lengua materna, casi como un secreto compartido con el aire:
«Je n’ai qu’un bras, mais j’ai deux ailes».
(“Solo tengo un brazo, pero tengo dos alas”)
